LAS ALMAS SOBRE DOS RUEDAS TÁMBIEN NECESITAN ÁNIMO
Publicado: 25 Jul 2018, 18:29
Un alma sobre dos ruedas
El coche se echaba encima. Nada podía hacer por evitarlo salvo sujetar con firmeza aquel manillar al que poco menos que me hallaba anclado como en tantas y tantas ocasiones, como durante tantos y tantos kilómetros. No fue algo brusco, más bien un roce cariñoso suficiente para hacer que la rueda delantera clavase sus garras en la arena. El vuelo fue corto, la caída demoledora. Ya en el suelo pude oír como la campana que tintineaba en el estribo entonaba un cántico desesperado. Después, todo oscuridad, negrura y silencio. Al despertar, alguien cuyo rostro permanecerá para siempre difuminado en lo más recóndito de la memoria, quiso saber cómo me sentía. No tenía fuerzas. Mis párpados se cerraron sin haber contestado a su pregunta. La campana volvió a doblar con una enorme fuerza. De nuevo oscuridad.
En el hospital, tras despertar, pude ver como sus ojos se llenaban de lágrimas. Unos ríos de atendida esperanza surcaban su angelical rostro, el mismo que a punto había estado de perder ese rictus alegre que siempre le había acompañado.
- Gracias a Dios que has vuelto. (la pregunta no se hizo esperar) - ¿Volverás a conducir motos?
A pesar de la gravedad de las lesiones, de los momentos en los que a punto estuve de cruzar la fina línea que separa la vida y la muerte, mi afirmación fue rotunda.
La moto no es solo un medio de transporte ligero y eficaz. A veces se torna en la afilada guadaña que siega una vida. Pero nadie podrá entender nunca, salvo el que lo es de condición, la sensación de libertad que acompaña a un motorista cuando levanta la cabeza y observa el cielo azul, cuando ve como los arboles acompañan su avance y cuando la fresca brisa acaricia su rostro.
Ahora las preguntas las hacía yo: ¿la campana?, dije nerviosamente, ¿habéis recogido la campana?
Perpleja, clavó sus ojos en los míos. La respuesta era no.
Su magia había estado a mi lado desde que aquel suave roce hizo que fuese a estrellarme contra el duro suelo. Desde ahora, sus desacompasados acordes me acompañarían para siempre.
¡Ah, ¿Qué no sabéis a que campana me refiero?
Eso, ya es otra historia.
Feliz verano.
Dedicado a B. que en estos duros momentos necesita todo nuestro apoyo y cariño...
Te esperamos pronto.
El coche se echaba encima. Nada podía hacer por evitarlo salvo sujetar con firmeza aquel manillar al que poco menos que me hallaba anclado como en tantas y tantas ocasiones, como durante tantos y tantos kilómetros. No fue algo brusco, más bien un roce cariñoso suficiente para hacer que la rueda delantera clavase sus garras en la arena. El vuelo fue corto, la caída demoledora. Ya en el suelo pude oír como la campana que tintineaba en el estribo entonaba un cántico desesperado. Después, todo oscuridad, negrura y silencio. Al despertar, alguien cuyo rostro permanecerá para siempre difuminado en lo más recóndito de la memoria, quiso saber cómo me sentía. No tenía fuerzas. Mis párpados se cerraron sin haber contestado a su pregunta. La campana volvió a doblar con una enorme fuerza. De nuevo oscuridad.
En el hospital, tras despertar, pude ver como sus ojos se llenaban de lágrimas. Unos ríos de atendida esperanza surcaban su angelical rostro, el mismo que a punto había estado de perder ese rictus alegre que siempre le había acompañado.
- Gracias a Dios que has vuelto. (la pregunta no se hizo esperar) - ¿Volverás a conducir motos?
A pesar de la gravedad de las lesiones, de los momentos en los que a punto estuve de cruzar la fina línea que separa la vida y la muerte, mi afirmación fue rotunda.
La moto no es solo un medio de transporte ligero y eficaz. A veces se torna en la afilada guadaña que siega una vida. Pero nadie podrá entender nunca, salvo el que lo es de condición, la sensación de libertad que acompaña a un motorista cuando levanta la cabeza y observa el cielo azul, cuando ve como los arboles acompañan su avance y cuando la fresca brisa acaricia su rostro.
Ahora las preguntas las hacía yo: ¿la campana?, dije nerviosamente, ¿habéis recogido la campana?
Perpleja, clavó sus ojos en los míos. La respuesta era no.
Su magia había estado a mi lado desde que aquel suave roce hizo que fuese a estrellarme contra el duro suelo. Desde ahora, sus desacompasados acordes me acompañarían para siempre.
¡Ah, ¿Qué no sabéis a que campana me refiero?
Eso, ya es otra historia.
Feliz verano.
Dedicado a B. que en estos duros momentos necesita todo nuestro apoyo y cariño...
Te esperamos pronto.